El torete (Ángel Fernández Franco) es uno de esos personajes que me marcaron en los años ochenta, si bién su fama llego poco antes de esta década, a muchos su fama nos «inundó» en los primeros años de la década ochentera. Un tipo que cada dos por tres salia en las noticias, fuese ó no el, y cada dos por tres la liaban más grande. La droga y la marginación los arrastró y ellos se dejaron llevar. Los barrios marginales habian brotado como la espuma a mediados de los setenta y la aparición de las drogas a toneladas no hicieron más que inundar nuestras calles de yonkis y macarras en busca de su dosis.
Además, para más gloria de estos quinquis, se popularizó un género de cine en España, el llamado «cine quinqui» género este donde la calidad de los actores era quizás lo de menos, primaba que fuesen los protagonistas los que hiciesen sus papeles autobiográficos «Perros callejeros», «Los ultimos golpes de el torete», etc, etc son claros ejemplos de ellos. Eto hizo que su fama fuese muy superior a la de otros delincuentes de casi cualquier época.
Volviendo al personaje en cuestión de este post, el torete no fué más que un atracador de poca monta al que la heroina le hizo perder la poca cabeza que tenia. Debido al fenómeno quinqui de la época se le dió mucha bola en aquellos años y participó en varias películas, tras su paso por la carcel falleció de SIDA en el 91 en Murcia. En definitiva un juguete roto de la época más negra de la droga en España.
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